Por: Diana Durán Núñez – @dicaduran

El periodista, humorista y crítico fue asesinado por ser tildado de “enemigo interno”, dijo la Fiscalía. Fue crimen de lesa humanidad, explicó el Consejo de Estado. Lentamente, la justicia ha empezado a develar qué altos funcionarios estatales estuvieron involucrados.

Si mi hermano estuviera vivo, estaría haciendo lo mismo que hizo siempre: ayudarnos a salir de esa comodidad en la que estamos permanentemente.

Jaime Garzón ya no está. En la madrugada del 13 de agosto de 1999, sicarios contratados por una estructura de poder para ellos invisible apagó su vida para siempre, arrebatándoselo a un país que, con frecuencia y sin piedad, abandona a sus hijos a su suerte. Contratados, sí, porque aquí la vida de los otros se puede transar con dinero sobre la mesa, como cualquier objeto vulgar. Aunque ya no está, hay quienes, como su hermana Marisol Garzón, todavía se atreven a imaginárselo en el mundo frenético de hoy, donde el acuerdo final con las Farc todavía no traduce la “paz estable y duradera” que tantos anhelan. Tal como la anheló el propio Garzón mientras trabajó por ella.

—Por culpa de dios, el destino, la divina providencia, nos tocó habitar este espacio —decía el propio crítico y humorista—.

El país perdió a la persona que mejor resumía la realidad nacional, reclama César Augusto Londoño, quien fue su amigo y compañero de set. El mismo que hace veinte años, al aire en CM&, cerró su segmento despidiéndose del país de mierda que acababa de dejarnos huérfanos de Jaime Garzón, de las risas que venían con sus personajes, de las reflexiones que estos disparaban con un humor que era anestesia y daga a la vez. Y a pesar de que el tiempo ha sido extenso desde que lo asesinaron, no ha sido fácil que la justicia nacional entregue los datos concretos de quiénes, cuándo y cómo se beneficiaron de este homicidio. De qué se buscaba, realmente, con matarlo.

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