Bogotá se paralizó. Hubo caravana por la 26 y un multitudinario y caluroso festejo en El Campín.
Por: Pablo Romero
Imaginen la calle 26 como un enorme túnel, el que separa los camerinos de la cancha, con la multitud a la derecha y a la izquierda, con camisetas amarillas de todos los modelos, con cornetas afinadas y desafinadas, con banderas agitadas por el viento como en cualquier tribuna, y al fondo, la Selección Colombia preparada para salir en un bus hacia esa cancha de cemento, donde miles de desconocidos se abrazaban, sonreían e inventaban coros para recibir a sus héroes, los que acababan de llegar del Mundial de Rusia.
“Ya vienen, ya vienen”, gritaba alguien cada tanto y todos miraban al fondo, aunque todos supieran que era mentira –y eso que ya eran las 12 del mediodía, la hora anunciada para la llegada de la Selección–, porque todos los hinchas sabían que la espera sería más larga. Por eso, las calles fueron como las tribunas cuando se llega temprano al partido y hay que matar el tiempo: los niños corrían y pateaban piedras, alguno con la camiseta de Neymar y todos los demás con la de James, un vendedor de camisetas las ofrecía a 20.000 pesos y revelaba en voz baja que las dejaba a 15.000, mientras los indignados vociferaban: “El partido contra Inglaterra nos lo robaron”, incluso gritaban los goles que no fueron: “Gol de Bacca, gol de Bacca’.
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